Saludos amigos!!!
A continuación os continuaré narrando mis aventuras y las de mi grupo de camaradas en la reconquista de la Tierra Media. Antes de nada deciros que he decidido que a partir de ahora nos llamaremos Los Gritones de Covadonga, porque cuando en la batalla se oyen nuestros gritos de guerra el enemigo tiembla, porque cuando nuestras espadas cercenan la cabeza de nuestros enemigos solo se puede oír los gritos de nuestros enemigos atemorizados mientras intentan huir.
Empezaremos donde lo habíamos dejado. Como bien sabéis teníamos un triple objetivo que cumplir, así que mientras Idril seguía a ese bellaco de senescal para saber donde estaba la Palantir, el resto de nosotros visitamos varios artesanos para “comprar” un equipo digno de nosotros. Puede que a alguno le pueda parecer una actitud poco caballeresca la de hacernos con un material regalado pues no íbamos a gastar dinero real para hacernos con este equipo, pero estamos en una dura guerra y nuestra acción tiene una doble justificación: el material que no salvásemos caería en manos del enemigo que lo usaría mas adelante contra nosotros y por otro lado sin causar mal a nadie (pues aquel artesano que se salvase de la batalla si habría ganado nuestro dinero honradamente) nos equiparíamos convenientemente para continuar nuestra gesta. Tras largas conversaciones conseguimos vender el equipo que no usaríamos para la batalla y comprar lo que nos hacía falta (armaduras, anillos mágicos, armas, …), no pude evitar observar la satisfacción de ver en estos artesanos la alegría que les produjo estas cuantiosas operaciones. Un ojo inexperto lo podría achacar a que estos mercaderes pensaran haber hecho la venta de su vida pero para alguien tan curtido en la vida como yo, alguien que conoce la mentalidad de mis vasallos, sabe que la felicidad se debía a que habían visto ese aura que me rodea a mi y al resto de los Gritones por la misión que el destino nos ha encomendado, y sabían que estaban colaborando en algo más importante y trascendente que sus sencillas vidas.
Además de hacernos con un equipo digno, compramos material de acampada y dos cofres mágicos, con innumerables protecciones para guardar en ellos el material y la Palantir hasta el presente. El siguiente paso era conseguir la Palantir y buscar un lugar seguro para los cofres. Así que nos repartimos las tareas una vez que Idril nos informó de que la Palantir llegaría en un par de semanas. Idril seguiría investigando el palacio para ver donde guardarían nuestro objetivo y como conseguir hacernos con ella sin tener que herir a ninguno de nuestros camaradas. Además se me ocurrió una gran idea. Podiamos también poner a salvaguarda el tesoro de la ciudad para que no cayese en manos del mal. No podía desvelar mi misión al gobernante de la ciudad pero seguro que estaría de acuerdo en que yo usase esta riqueza en el futuro para vengar la próxima destrucción de la ciudad a manos de los ejércitos del Rey Brujo. Así que a ello me comprometo y doy mi palabra: todo el dinero, joyas y objetos mágicos que salvemos de la destrucción de la próxima batalla lo usaremos para comprar equipos, para reconstruir Covadonga y armar el ejército que comandaré en la liberación de la Tierra Media.
Mientras Idril seguía investigando el palacio, yo me fui con su hermana animista a investigar los alrededores en busca de un lugar donde esconder los cofres. El resto de los Gritones intentarían buscar más información sobre la Palantir que nos pudiese valer de ayuda.
Gracias a mi dilatada experiencia como montaraz (algún joven inexperto podría pensar que es magia la virtud que tengo para moverme en la naturaleza como si fuera uno con ella pero tan solo es fruto de un notable entrenamiento unido a las capacidades innantas que Eru me ha otorgado para llevar a cabo mi destino) no me costó encontrar un buen lugar para esconder nuestro botín.
Mientras, el resto de los gritones se enteraron de que unos rufianes pensaban asaltar al grupo que traía la Palantir. Así con toda la información nos pusimos a trazar nuestros planes. A mi el cuerpo me pedía reunirme con el grupo que traía la Palantir y mostrarles mi sello familiar ante lo cual sin duda se pondrían a mi servicio y luego encabezar su marcha hasta la ciudad aniquilando a los rufianes. Una vez en la ciudad seguro que el gobernador sabiendo quien soy me daría la Palantir sin dudarlo. Pero desisití de ello pues nuestra misión requería secreto y que el enemigo creyese que la Palantir estaba en la ciudad para no cambiar el cruel destino que le esperaba a la ciudad. De este modo decidimos que lo que haríamos es interceptar a los rufianes en su camino a la emboscada para que la Palantir llegara sin problemas a la ciudad. Ya se que ser escolta no es trabajo para un futuro rey y sus camaradas pero era algo que debíamos hacer por un bien superior.
Dicho y hecho, tras capturar a uno de esos bellacos maleantes, y preguntarle con firmeza por sus planes, conseguimos que nos dijera todos sus secretos. Así emboscamos nosotros a los emboscadotes y dimos buena y rápida cuenta de ellos. Luego usando nuestras capas de invisibilidad seguimos al senescal hasta la cámara del tesoro, llenamos nuestros dos cofres y salimos por donde habíamos entrado. Llevamos los dos cofres invisibles y arcanamente protegidos al escondite que había hallado días antes y volvimos a la ciudad a prepararnos para la batalla que se avecinaba.
Todos los signos apuntaban la gran batalla que se avecinaba: la ciudad estaba mucho mas silenciosa de lo habitual, los ciudadanos iban rápida y nerviosamente a los sitios y evitaban en la medida de lo posible salir de sus casas cuyas casas habían fortificado en la medida de lo posible con la vana esperanza de que lo que su aguerrido ejercito no pudiera contener si lo haría un par de maderos clavados en las ventanas y puertas. Por otro lado, algunos ciudadanos ayudaban a los soldados a llevar provisiones a silos subterráneos por si la batalla desembocaba en u largo asedio. El resto de tropas se preparaba para la batalla y oteaba en el horizonte en busca de señales que indicasen que las primeras avanzadillas del gran ejército orco se acercaba. En estas circunstancias es cuando los grandes guerreros se crecen y como no podía ser de otra manera yo me sentí inmediatamente inspirado, encorajinado, con ganas de que el tiempo hasta que pudiese hender mis espada en putrefacta carne orca no se dilatase más. Buscando en mi interior, canalizando mi justa ira dirigí unas palabras que motivasen a los hombres, los que serían mis compañeros de batalla, para conseguir que se sintieran con fuerzas y animo para afrontar la descomunal tarea de resistir lo más posible. Puede que nos venciesen pero no sin antes matar una gran cantidad de esas criaturas inmundas y ver el terror en sus rostros de quien se sabe vencido por un ser inspirado por la verdad. Mi gran amigo Milinko quiso rebajar un poco la tensión e hizo un discurso cómico sin duda para desdramatizar la situación pues un noble heredero como el es capaz de encontrar mejores palabras, pero a veces el humor también da fuerzas.
No os relataré más sobre las tensas y largas horas de espera. Como era de esperar, cuando empezaba anochecer empezamos a oír el ruido que anunciaba el enorme ejército que se acercaba, el resplandor de la infinidad de antorchas que alumbraban esa noche que sin duda pasaría a la leyenda por la resistencia numantina de la ciudad de Tarbad. Ante la desproporción de los ejércitos y a pesar de las buenas fortificaciones de la ciudad, lo más normal es que apenas aguantásemos un par de horas antes de ser barridos. Pero pondría todo mi empeño en al menos aguantar toda la noche. Sin duda los orcos cejarían en su empeño cuando el ansiado alba aflorase por el horizonte.
Pronto comenzó la vorágine de la batalla, he de reconocer, que al igual que en medio de la naturaleza como montaraz, en medio de una batalla estoy en mi medio natural. Para que lo comprendáis soy como un depredador y ya tenía mi presa en frente: El Rey Brujo. Así que me puse en vanguardia, donde se forjan los héroes, junto a la mayoría de mis compañeros Gritones (Narlome, Galigorn y mi valiente hermano). No obstante algunos (Milinko y las dos hermanas de Narlome) se quedaron un poco más atrás, los dos chicas para usar sus poderes mágicos en la distancia y Milinko supongo que para cubrirlas como buen caballero que es.
En poco tiempo, ya me había hecho con un estandarte enemigo para atraer la atención de mi presa y llevarla a mi terreno, donde la aniquilaría sin compasión. El Rey Brujo pareció no hacerme caso como si fuera uno más. Al principio me desconcertó su actitud e intenté provocarlo usando su propio estandarte para empalar a un par de desgraciados. Pero el Rey seguía sin hacerme caso. Entonces lo vi claro, era temor lo que ocultaba bajo su máscara. Esa víbora me temía. Y no era para menos, mi justa ira era demasiado fuerte para sus viles trucos de sabandija. Esto me enfureció todavía más y me hizo volver hacia el frente tras llevar el estandarte enemigo a mi fortaleza. Acabaría con él, no podía huir siempre. Sin duda el ataque que dirigí junto a mis compañeros Narlome y Galigorn contra su frente les hizo retroceder y huir al final del primer día. Habíamos vencido en este primer vencido. El ejercito orco humillado huía con el rabo entre las piernas. Pero el coste de esta efímera victoria había sido elevadísimo, numerosos de nuestros guerreros habían caído. Entre ellos Idril y lo peor de todo, mi propio hermano había dado su vida por esta noble causa. Lucho valientemente, sin duda el honor de la familia se encuentra un peldaño más alto gracias a sus notorias acciones de esta noche La ira nubló mi mente y estuve a punto de arremeter yo solo contra el ejército que huía y empalar al rey Brujo. Pero Narlome y mi hermanastro me contuvieron. Aún había esperanza, podíamos buscar una hierba que podía traerlos de vuelta. Si ya me hubieran ungido, bien valdría el Athelas, pero aun no había llegado ese dichoso momento así que tendría que buscar otra extraña planta para traer de vuelta a mi hermano. Por fortuna esa planta crecía en esta zona. La encontramos y los trajimos de vuelta. También nos hicimos con alguna reserva de esta planta por si en el siguiente envite caía alguno de los camaradas. Nos resistíamos a volver al futuro y abandonar a estas pobres gentes a su destino.
La siguiente noche se repitió la historia, volvimos a resistir el empuje orco con nuestra notable aunque cada vez mas mermada fuerte. Por el contrario el ejercito orco seguía siendo enorme, apenas se notaban las bajas a pesar de que yo mismo derrote con todo facilidad a uno de esos estúpidos trolls enormes. El Rey Brujo seguía rehuyendome, sobre todo después de ver con qué facilidad derroté al pobre troll que tuvo la desgracia de encontrarse conmigo en batalla. También esta noche sufrimos bajas (otra vez mi hermano e Idril, las que esta vez se sumaron las otras dos trillizas y Milinko, que pese a defender posiciones muy retrasadas no pudo evitar caer derrotado). Consumimos hasta la última de nuestras hierbas en traerlos de vuelta y decidimos que mañana iríamos despertando si veíamos que la vida de alguno de nosotros corría peligro.
La noche en que finalmente cayó la ciudad, mis compañeros fueron despertando poco a poco hasta que finalmente sólo quede yo de mis camaradas. Cuando ví que ya la derrota era inevitable también me fui. No sin antes dejarle claro a ese cobarde del rey Brujo de que la próxima vez no escaparía. Su cuenta atrás había comenzado. La risa que emitió al oír mi amenaza se debió sin duda al miedo que tenía.
A continuación os continuaré narrando mis aventuras y las de mi grupo de camaradas en la reconquista de la Tierra Media. Antes de nada deciros que he decidido que a partir de ahora nos llamaremos Los Gritones de Covadonga, porque cuando en la batalla se oyen nuestros gritos de guerra el enemigo tiembla, porque cuando nuestras espadas cercenan la cabeza de nuestros enemigos solo se puede oír los gritos de nuestros enemigos atemorizados mientras intentan huir.
Empezaremos donde lo habíamos dejado. Como bien sabéis teníamos un triple objetivo que cumplir, así que mientras Idril seguía a ese bellaco de senescal para saber donde estaba la Palantir, el resto de nosotros visitamos varios artesanos para “comprar” un equipo digno de nosotros. Puede que a alguno le pueda parecer una actitud poco caballeresca la de hacernos con un material regalado pues no íbamos a gastar dinero real para hacernos con este equipo, pero estamos en una dura guerra y nuestra acción tiene una doble justificación: el material que no salvásemos caería en manos del enemigo que lo usaría mas adelante contra nosotros y por otro lado sin causar mal a nadie (pues aquel artesano que se salvase de la batalla si habría ganado nuestro dinero honradamente) nos equiparíamos convenientemente para continuar nuestra gesta. Tras largas conversaciones conseguimos vender el equipo que no usaríamos para la batalla y comprar lo que nos hacía falta (armaduras, anillos mágicos, armas, …), no pude evitar observar la satisfacción de ver en estos artesanos la alegría que les produjo estas cuantiosas operaciones. Un ojo inexperto lo podría achacar a que estos mercaderes pensaran haber hecho la venta de su vida pero para alguien tan curtido en la vida como yo, alguien que conoce la mentalidad de mis vasallos, sabe que la felicidad se debía a que habían visto ese aura que me rodea a mi y al resto de los Gritones por la misión que el destino nos ha encomendado, y sabían que estaban colaborando en algo más importante y trascendente que sus sencillas vidas.
Además de hacernos con un equipo digno, compramos material de acampada y dos cofres mágicos, con innumerables protecciones para guardar en ellos el material y la Palantir hasta el presente. El siguiente paso era conseguir la Palantir y buscar un lugar seguro para los cofres. Así que nos repartimos las tareas una vez que Idril nos informó de que la Palantir llegaría en un par de semanas. Idril seguiría investigando el palacio para ver donde guardarían nuestro objetivo y como conseguir hacernos con ella sin tener que herir a ninguno de nuestros camaradas. Además se me ocurrió una gran idea. Podiamos también poner a salvaguarda el tesoro de la ciudad para que no cayese en manos del mal. No podía desvelar mi misión al gobernante de la ciudad pero seguro que estaría de acuerdo en que yo usase esta riqueza en el futuro para vengar la próxima destrucción de la ciudad a manos de los ejércitos del Rey Brujo. Así que a ello me comprometo y doy mi palabra: todo el dinero, joyas y objetos mágicos que salvemos de la destrucción de la próxima batalla lo usaremos para comprar equipos, para reconstruir Covadonga y armar el ejército que comandaré en la liberación de la Tierra Media.
Mientras Idril seguía investigando el palacio, yo me fui con su hermana animista a investigar los alrededores en busca de un lugar donde esconder los cofres. El resto de los Gritones intentarían buscar más información sobre la Palantir que nos pudiese valer de ayuda.
Gracias a mi dilatada experiencia como montaraz (algún joven inexperto podría pensar que es magia la virtud que tengo para moverme en la naturaleza como si fuera uno con ella pero tan solo es fruto de un notable entrenamiento unido a las capacidades innantas que Eru me ha otorgado para llevar a cabo mi destino) no me costó encontrar un buen lugar para esconder nuestro botín.
Mientras, el resto de los gritones se enteraron de que unos rufianes pensaban asaltar al grupo que traía la Palantir. Así con toda la información nos pusimos a trazar nuestros planes. A mi el cuerpo me pedía reunirme con el grupo que traía la Palantir y mostrarles mi sello familiar ante lo cual sin duda se pondrían a mi servicio y luego encabezar su marcha hasta la ciudad aniquilando a los rufianes. Una vez en la ciudad seguro que el gobernador sabiendo quien soy me daría la Palantir sin dudarlo. Pero desisití de ello pues nuestra misión requería secreto y que el enemigo creyese que la Palantir estaba en la ciudad para no cambiar el cruel destino que le esperaba a la ciudad. De este modo decidimos que lo que haríamos es interceptar a los rufianes en su camino a la emboscada para que la Palantir llegara sin problemas a la ciudad. Ya se que ser escolta no es trabajo para un futuro rey y sus camaradas pero era algo que debíamos hacer por un bien superior.
Dicho y hecho, tras capturar a uno de esos bellacos maleantes, y preguntarle con firmeza por sus planes, conseguimos que nos dijera todos sus secretos. Así emboscamos nosotros a los emboscadotes y dimos buena y rápida cuenta de ellos. Luego usando nuestras capas de invisibilidad seguimos al senescal hasta la cámara del tesoro, llenamos nuestros dos cofres y salimos por donde habíamos entrado. Llevamos los dos cofres invisibles y arcanamente protegidos al escondite que había hallado días antes y volvimos a la ciudad a prepararnos para la batalla que se avecinaba.
Todos los signos apuntaban la gran batalla que se avecinaba: la ciudad estaba mucho mas silenciosa de lo habitual, los ciudadanos iban rápida y nerviosamente a los sitios y evitaban en la medida de lo posible salir de sus casas cuyas casas habían fortificado en la medida de lo posible con la vana esperanza de que lo que su aguerrido ejercito no pudiera contener si lo haría un par de maderos clavados en las ventanas y puertas. Por otro lado, algunos ciudadanos ayudaban a los soldados a llevar provisiones a silos subterráneos por si la batalla desembocaba en u largo asedio. El resto de tropas se preparaba para la batalla y oteaba en el horizonte en busca de señales que indicasen que las primeras avanzadillas del gran ejército orco se acercaba. En estas circunstancias es cuando los grandes guerreros se crecen y como no podía ser de otra manera yo me sentí inmediatamente inspirado, encorajinado, con ganas de que el tiempo hasta que pudiese hender mis espada en putrefacta carne orca no se dilatase más. Buscando en mi interior, canalizando mi justa ira dirigí unas palabras que motivasen a los hombres, los que serían mis compañeros de batalla, para conseguir que se sintieran con fuerzas y animo para afrontar la descomunal tarea de resistir lo más posible. Puede que nos venciesen pero no sin antes matar una gran cantidad de esas criaturas inmundas y ver el terror en sus rostros de quien se sabe vencido por un ser inspirado por la verdad. Mi gran amigo Milinko quiso rebajar un poco la tensión e hizo un discurso cómico sin duda para desdramatizar la situación pues un noble heredero como el es capaz de encontrar mejores palabras, pero a veces el humor también da fuerzas.
No os relataré más sobre las tensas y largas horas de espera. Como era de esperar, cuando empezaba anochecer empezamos a oír el ruido que anunciaba el enorme ejército que se acercaba, el resplandor de la infinidad de antorchas que alumbraban esa noche que sin duda pasaría a la leyenda por la resistencia numantina de la ciudad de Tarbad. Ante la desproporción de los ejércitos y a pesar de las buenas fortificaciones de la ciudad, lo más normal es que apenas aguantásemos un par de horas antes de ser barridos. Pero pondría todo mi empeño en al menos aguantar toda la noche. Sin duda los orcos cejarían en su empeño cuando el ansiado alba aflorase por el horizonte.
Pronto comenzó la vorágine de la batalla, he de reconocer, que al igual que en medio de la naturaleza como montaraz, en medio de una batalla estoy en mi medio natural. Para que lo comprendáis soy como un depredador y ya tenía mi presa en frente: El Rey Brujo. Así que me puse en vanguardia, donde se forjan los héroes, junto a la mayoría de mis compañeros Gritones (Narlome, Galigorn y mi valiente hermano). No obstante algunos (Milinko y las dos hermanas de Narlome) se quedaron un poco más atrás, los dos chicas para usar sus poderes mágicos en la distancia y Milinko supongo que para cubrirlas como buen caballero que es.
En poco tiempo, ya me había hecho con un estandarte enemigo para atraer la atención de mi presa y llevarla a mi terreno, donde la aniquilaría sin compasión. El Rey Brujo pareció no hacerme caso como si fuera uno más. Al principio me desconcertó su actitud e intenté provocarlo usando su propio estandarte para empalar a un par de desgraciados. Pero el Rey seguía sin hacerme caso. Entonces lo vi claro, era temor lo que ocultaba bajo su máscara. Esa víbora me temía. Y no era para menos, mi justa ira era demasiado fuerte para sus viles trucos de sabandija. Esto me enfureció todavía más y me hizo volver hacia el frente tras llevar el estandarte enemigo a mi fortaleza. Acabaría con él, no podía huir siempre. Sin duda el ataque que dirigí junto a mis compañeros Narlome y Galigorn contra su frente les hizo retroceder y huir al final del primer día. Habíamos vencido en este primer vencido. El ejercito orco humillado huía con el rabo entre las piernas. Pero el coste de esta efímera victoria había sido elevadísimo, numerosos de nuestros guerreros habían caído. Entre ellos Idril y lo peor de todo, mi propio hermano había dado su vida por esta noble causa. Lucho valientemente, sin duda el honor de la familia se encuentra un peldaño más alto gracias a sus notorias acciones de esta noche La ira nubló mi mente y estuve a punto de arremeter yo solo contra el ejército que huía y empalar al rey Brujo. Pero Narlome y mi hermanastro me contuvieron. Aún había esperanza, podíamos buscar una hierba que podía traerlos de vuelta. Si ya me hubieran ungido, bien valdría el Athelas, pero aun no había llegado ese dichoso momento así que tendría que buscar otra extraña planta para traer de vuelta a mi hermano. Por fortuna esa planta crecía en esta zona. La encontramos y los trajimos de vuelta. También nos hicimos con alguna reserva de esta planta por si en el siguiente envite caía alguno de los camaradas. Nos resistíamos a volver al futuro y abandonar a estas pobres gentes a su destino.
La siguiente noche se repitió la historia, volvimos a resistir el empuje orco con nuestra notable aunque cada vez mas mermada fuerte. Por el contrario el ejercito orco seguía siendo enorme, apenas se notaban las bajas a pesar de que yo mismo derrote con todo facilidad a uno de esos estúpidos trolls enormes. El Rey Brujo seguía rehuyendome, sobre todo después de ver con qué facilidad derroté al pobre troll que tuvo la desgracia de encontrarse conmigo en batalla. También esta noche sufrimos bajas (otra vez mi hermano e Idril, las que esta vez se sumaron las otras dos trillizas y Milinko, que pese a defender posiciones muy retrasadas no pudo evitar caer derrotado). Consumimos hasta la última de nuestras hierbas en traerlos de vuelta y decidimos que mañana iríamos despertando si veíamos que la vida de alguno de nosotros corría peligro.
La noche en que finalmente cayó la ciudad, mis compañeros fueron despertando poco a poco hasta que finalmente sólo quede yo de mis camaradas. Cuando ví que ya la derrota era inevitable también me fui. No sin antes dejarle claro a ese cobarde del rey Brujo de que la próxima vez no escaparía. Su cuenta atrás había comenzado. La risa que emitió al oír mi amenaza se debió sin duda al miedo que tenía.
En el presente, le entregamos la Palantir a Gandalf, recogimos nuestro equipo y proseguimos nuestro camino a Minas Tirith. Pero lo que sigue a continuación será fruto de posteriores relatos.
2 comentarios:
Jo Pablito, estás realmente inspirado!!!
Muy bueno el relato, a la altura de los anteriores, refleja muy bien lo que sucedió en tan cruenta batalla.
Por cierto, muy bueno lo del discurso cómico de Milinko, jejejeje
Qué épico relato de valentía, honor y muerte!! Me emociono sólo de recordar el fragor de la batalla y los gritos que denotaban la desesperación orca... no contaban con encontrarse tan fiera resistencia a su ataque (sin duda porque no sabían que nosotros estaríamos allí) Es cierto que algunos caímos... pero regresamos una y otra vez a la vanguardia de la lucha y más veces que habríamos dado la espalda a la muerte para volver a la lucha ¡el mismísimo Ilúvatar nos permitiría renacer! Pero tampoco podemos olvidar que esa batalla estaba condenadamente perdida desde el inicio porque 7 valientes no pueden cambiar el rumbo de la historia... al menos de momento je, je, je...
La próxima vez que entremos en liza el Enemigo lo tendrá mucho más complicado para salir victorioso. La gran batalla por la liberación del reino de Milinko nos aguarda.
Publicar un comentario